miércoles, 10 de octubre de 2012

De paseo por Milpa Alta, por Arturo Texcahua


De paseo por Milpa Alta
Santa Cecilia Tepetlapa,10 de octubre de 2012

El jueves cuatro de octubre planeaba por la mañana hacer dos cosas que nunca hice. En la Secretaría de Cultura esperaban que llevara algunos documentos del proyecto Crónica de una celebración, que por estos días al fin se pondrá en marcha. Por la tarde acudiría al Seminario de Indicadores culturales en el Museo José Luis Cuevas. Eso decía mi agenda en el teléfono inteligente (así le dicen usando un adjetivo que antes únicamente utilizaban los seres vivos) que desde muy temprano había empezado a mandar avisos haciendo ruiditos electrónicos y vibrando enérgicamente. Entre 9:30 y 2:30 en Avenida de la Paz, frente al monumento a Obregón; después comer, después ir al Centro Histórico, después regresar a Xochimilco. Pero un malestar estomacal dictó otra agenda y desde muy temprano me llevó al baño y sembró en mi mente un misterio: ¿qué me habrá hecho daño? Temeroso de lanzarme en esas condiciones a la calle, tomé un té de yerbabuena y decreté ayuno. Aproveché la mañana para revisar documentos, para llamarle a algunas personas y para terminar de leer un libro que me regaló Beatriz Espejo: Si muero lejos de ti. Para compensar mi inasistencia, revisé la liga del Seminario Cultura y Desarrollo: Aplicación de indicadores. Hallé algunas explicaciones. El seminario, decía la página web, proporcionaría herramientas de análisis, enfoques y metodologías sobre el tema, para mejorar la planeación y evaluación de proyectos en el centro del país. Organizado por la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, la actividad ofrecía conferencias con especialistas, con servidores públicos, con gestores culturales (allí estaba yo), académicos y estudiantes. Se presentarían trabajos de investigadores y especialistas nacionales e internacionales relacionados con la UNESCO, con organismos académicos, públicos y no gubernamentales. Además de las mesas de reflexión, se realizaría un taller de indicadores con funcionarios de institutos y secretarías de cultura de Tlaxcala, Puebla, Guerrero, Oaxaca, Morelos, Estado de México, Hidalgo y Distrito Federal. Un verdadero banquete para quienes nos movemos en la promoción artística y cultural. ¿Habrá sido la quesadilla de Oaxaca que cené con un poco de salsa mexicana? Y es que se nos olvida con frecuencia la importancia de evaluar y analizar el impacto de lo que estamos haciendo. Se nos ocurre algo y actuamos con la fuerza –que siempre es mucha– de nuestros sueños y esperanzas. Desbordamos intuición, creatividad, talento, pero poca planeación y visión –es decir, un objetivo a largo plazo–, resultado: estar bandeando medio desorientados. De esto adolecemos casi todos. Lo peor es que también en la administración pública, en general, se actúe de igual forma; sus actores –los funcionarios– debieran tener muy claro el sentido de sus empeños. Un ejemplo persistente de cómo no deben aplicarse las políticas públicas lo tengo aquí, en la delegación Xochimilco. Parece que estos tecnicismos de la planeación estratégica son desconocidos por ignorantes burócratas, y ajenos y desdeñados en el ámbito artístico por parecer instrumentos de control, muros para la libertad expresiva, papeleo chocante. ¿Habrán sido las ricas enchiladas de mole o la sopa de verdura o el agua de tamarindo o el helado de mamey de la comida con Enrique? Por la tarde María, que rara vez cocina, me dio un caldito de pollo con arroz, que junto con el pepto, medio reparó mi estómago y me alistó para lo que venía. Tengo mucho que estudiar, estoy atrasada. ¿Puedes llevar a Sofía a ver a La Llorona? Es en Cuemanco. Pero si ya la viste, le reproché a Sofía. Sí, pero esta vez voy a ir con Vania y sus padres. Nos dieron tres boletos. María me lanzó la mirada tierna que siempre me desarma. Está bien…, la llevaré. Nos dirigimos al embarcadero de Cuemanco a una hora de conflictos viales. Todos los días, más entre semana, en Periférico, entre el puente de Muyuguarda y el Parque Ecológico, hay un embudo de automóviles que hacen los vehículos que retornan en Cuemanco, los que vienen del poniente y los que salen de Xochimilco. Aquel atorón empieza como a las cinco de la tarde y se extiende por al menos tres horas. Por eso llegamos a las siete al embarcadero, donde nos esperaban impacientes ocho personas, Vania, sus padres y algunos otros familiares. Ellos listos con papas fritas, termos de café y té, sándwiches y palanquetas de cacahuate. Pensé que no habría gente, por ser jueves, pero estaba lleno. Subimos en una trajinera y navegamos por dos canales para llegar hasta la laguna de Tlilac donde se desarrolla el espectáculo. Aunque pensé que por el frío que ya se siente no habrían moscos, estos bichos nos atacaron con voracidad. Como lo único descubierto era mi cabeza y mis manos y como mucho les gusta mi sangre, me gané en la cara cinco piquetes de ida y uno de regreso. Más de mil personas en algo así como setenta trajineras, apreciamos lo que aún tiene Xochimilco de bello. Lástima que existan personas decididas a terminar con esta belleza tirando basura y construyendo por todas partes. En el islote que sirve de escenario hay una pirámide muy colorida que me explicaron era de madera. Vimos bailes con muchas plumas y tambores, abusos de españoles, luchas contra los invasores, todo bajo el subtítulo --muy ad hoc al tema de este año-- “los presagios para el fin de una era”. Una versión más del famosísimo mito de Cihuacóatl, madre protectora de los xochimilcas (sí, así como leyeron, xochimilcas, no xochimilquenses, como algunos xochimilcas están promoviendo que se diga, ante el trauma que les recuerda el gentilicio tradicional, a unos por un grupo de bossa nova de los años sesenta que tocaban disfrazados con sombreros zapatistas y calzones de manta, y actuaban como idiotas; y a otros porque hace algunas décadas se menospreciaba a los habitantes de esta zona agregando a xochimilca un matiz peyorativo, el desprecio a la provincia, a las tradiciones, a las raíces). Al espectáculo le falta definición. Aunque lo intenta, no es un montaje de Brodway; aunque se fundamenta en ello, no es una representación de magia y tradiciones. Show para turistas. Oportunidad para vender cerveza, quesadillas, tamales, atoles, frituras, dulces y botanas, a altos precios. El viernes cinco sí fui al Museo José Luis Cuevas y me senté justamente detrás de la Giganta. Toda la mañana la estuve mirando mientras escuchaba a los ponentes. No había notado que sus nalgas redondas y pequeñas parecen estar cubiertas, como su sexo, por un ajustadísimo mallón. Intenté olvidar mis delirios sexuales y concentrarme en la importancia de medir el alcance de nuestros proyectos. Como a la una me vi en la puerta del museo con una actriz de Ciudad Juárez, Alejandra Galaviz, a quien entregué unos trajines para nuestro colaborador Alan Posadas. Me dijo que le había gustado Los Amorvozos y aceptó interpretar alguno de los textos en la próxima presentación en la Feria del Zócalo. El sábado seis se realizó el primer encuentro de colectivos culturales comunitarios de la zona sur oriente en Milpa Alta, en el Centro Social y Cultural Santa Martha, un verdadero espacio hecho por la comunidad, con aulas para talleres y un patio amplio para efectuar actividades artísticas. Fue un éxito, pues se lograron sus objetivos principales: conocer lo que cada quien está haciendo y estrechar nuestra relación. Quizá faltó público externo. Quedé convencido de que el próximo festival lo tenemos que hacer en las explanadas delegacionales o en sitios a donde concurra la gente para otras actividades y se tropiece y conozca lo que se está haciendo en su entorno, a nivel barrial. Por Trajín se presentaron los testimonios de Tere León y Fidel Valle, unos señores mayores, jubilados y muy entusiastas, que participaron en el proyecto Calle por calle y están publicados en Amores Viejos, relatos de Xochimilco. Felipe Gaytán llevó uno de los cuadros de su serie Linderos del olvido y leyó algunos poemas inéditos. La jornada fue larga, de once de la mañana a ocho de la noche. Sofía, mi forzada asistente, no aguantó toda la jornada, y desde las seis me presionó para que nos fuéramos antes. Lástima, apenas escuché tres canciones del último grupo, un conjunto musical de trovadores. ¿Quieres cenar mole?, le pregunté a Sofía cuando regresábamos a Santa Cecilia Tepetlapa como habíamos llegado a Milpa Alta, pasando por San Pedro Atocpan y subiendo por San Bartolomé Xicomulco. Todos entornos aún pintorescos, casi rurales y muy verdes. Claro, decía Felipe Gaytán, que hace años, cuando él daba clases en el colegio de bachilleres de la zona, el lugar estaba aún más hermoso y deshabitado. Triste pensar que un día habrá casas hasta en el Teutli. No, ya quiero llegar a la casa, contestó Sofía, que no le atrajo la idea de que pasáramos a la Feria del Mole que justamente había empezado ese día. Qué bueno, pensé. Mi estómago aún no se reponía del todo. El lunes ocho se realizó con mucho éxito la presentación de Hubo una vez una revolución en Xochimilco, pero de eso les hablaré la próxima semana. 


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