jueves, 8 de noviembre de 2012

Travelling, por Israel González, 8 de noviembre de 2012

Travelling, por Israel González,
8 de noviembre de 2012


Algo está pasando





No es difícil perder la cordura en una ciudad, en un país, en un mundo como éste.



Basada en hechos reales, Satanás (Todos llevamos un demonio dentro), con Damián Alcázar, Blas Jaramillo y Marcela Mar, nos muestra una Bogotá hostil, al borde de la locura y la violencia.

Eliseo, un excombatiente de Vietnam, vive en un pequeño apartamento con su madre. Su padre, sabremos después, se suicidó. La relación entre ellos es fría, distante, ríspida, no sólo por el uso del “usted” con el que suelen tratarse los colombianos. Profesor de inglés, asistente asiduo a una biblioteca, acostumbra jugar ajedrez con un hombre llamado Mario e imparte clases a una adolescente de nombre Natalia.

Ernesto es un sacerdote que se debate entre sus creencias religiosas y el deseo carnal. Sufre porque es consciente de que una cosa es predicar y otra vivir. Desea y ama a Irene, la mujer que realiza la limpieza de la iglesia. Por otra parte, no pudo evitar que Alicia asesinara a sus tres hijos porque no tenía cómo mantenerlos y cree haber ahogado a un bebé durante el bautismo.

Paola, una hermosa joven vendedora de “tinto aromático” en un mercado, vive una historia que la conduce a una violación por parte de un taxista y su amigo, vivencia que la hace recapacitar.

Las tres historias principales confluirán en un final que ya se avizoraba desde la violenta relación entre Eliseo y su madre: Usted es un resentido, un soldadito fracasado, dice ésta a su hijo.

Eliseo, por su parte, confiesa al sacerdote: No soporto a  mi madre...Tengo ideas raras...No soporto la banalidad ni la prepotencia...Quisiera limpiar la ciudad de toda esta basura (refiriéndose a los indigentes).

Para concluir quiero compartir esta anécdota personal de violencia:

El pasado domingo 7 de octubre entré en un pequeño establecimiento de internet en la estación Copilco del Metro. Una muchacha explicaba no sé qué cosas a un adolescente en la computadora y, un poco más allá, una mujer, con aspecto de mendiga, leía o escribía. Pregunté quién atendía el lugar y la mujer amablemente señaló: La chica. Después de un rato quise imprimir un texto y me levanté para preguntar cómo hacerle. En ese momento estornudé. Y también en ese momento ocurrió la transformación de la amable señora. Gritó que la llené de saliva, que le eché mis virus en la cara. Amenazó con llamar a un policía, con acusarme con el ministerio público. Ya se iba y volvía a la carga de insultos, de amenazas. Para entonces, el adolescente ya se había ido y, además de mí, había dos jovencitas en una de las máquinas. Cuando salió la mujer,despotricando, la encargada del lugar comentó que había sentido miedo cuando empezó a gritar. Se asomó y comprobó que realmente la “loca” hablaba con un policía. Yo ya me iba. Pagué y bajé al andén.





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