miércoles, 16 de enero de 2013

Hablando de literatos, por Éric Marváz


68, por Éric Marváz.


Hablando de literatos.

Hace más de diez años, recorriendo la carretera hacia Xalapa, una luz roja me detuvo. Fue lo mejor. Los ojos me parpadeaban cada vez más lento, los hombros se me tensaban y el auto persistía en serpentear, desobedeciendo el camino. El parador (antros donde los camioneros se detienen a bañarse, comer algo, beber, dormir o coger) se llamaba “Rebeca”, eternizaré el nombre pues desconozco si sobrevive el lugar o Rebeca. Ese sitio, a las tres de la madrugada, me quitó del destino de no sé qué… o quizá me puso en él.

Decenas de ojos se volvieron hacia mí. Varias mujeres se acercaron a ofrecerme una silla en cualquier mesa. Dando las gracias a todas ellas, me dirigí a la que me pareció más triste del lugar, claro: era Rebeca. Ella era como un costal de mariposas, en cuando sonrió algunas escaparon, aunque el aliento de polvo colorido me denotó que también llevaba cadáveres dentro, sí, de inmediato imaginé coleópteros destrozados en su interior.

Podría hablarles durante días acerca de las horas que estuve con ella, de todo lo que me contó. Por ahora sólo les compartiré un texto que extrajo, escrito en un papel tan amarillo como sus dientes, de su regazo; habrá que decir que su pecho era firme, ostentoso, fiero y elegante. Ya les contaré más de ella, por ahora los dejo con un texto del escritor oaxaqueño que conocí ese día:



Mujeres de pueblo
casa de lodo
y pies de tierra.
Madres de los no nacidos
carne al portador
ojos negros de raza indefinida.
Como las mujeres de antes
en vestidos
                   cortos
pasados de moda.
Mujeres con olor a desvelo
a cigarro sin filtro
a tufo matutino
a alcohol barato
a semen seco
a sudor de hombres
que vienen de lejos
arrastrando historias como cadenas
almas penando
por familias que las esperan
con los brazos desiertos
de esposas que no saben
que ignoran
que en una veredita de tierra
está el Parador Rebeca
con sus luces rojas
parpadeantes
de estrella que se muere
como recuerdo
            que saca a flote
las cruces del camino
adornadas con flores plásticas
que se van destiñendo con el sol
y la lluvia
que aplaca
el polvo en que nos convertiremos
los que somos
volviéndonos un barro
pegajoso que se pega
en las suelas de los zapatos
y nos impide descansar en paz
forzándonos a andar
por los caminos que nadie
en vida
             o en su sano juicio
pensó en recorrer.

O. Parcero, (Oaxaca, 1920-1990).

No hay comentarios:

Publicar un comentario