lunes, 18 de febrero de 2013

Zozohua, por Graciela Salazar Reyna


Zozohua
Por Graciela Salazar Reyna

Hay momentos en que nos sentimos desarmados, vulnerables, despojados de la fuerza natural que mueve de por sí el hecho de estar vivos. La sal de la vida, dirán algunos; pero qué cuando tienes la sensación de estar experimentando retrocesos en el tiempo que te tocó. Ciencia y tecnología avanzan con celeridad, no cabe duda, mas no deja de entristecer que su impacto mayor es en el consumo –sí en la economía, pero  no exactamente beneficiando a las mayorías-, no más allá de la vanidad y apego a la cosificación del momento, respondiendo a qué marca y cuál generación es la que adquiriste.

¿En la política?, baste recordar las recientes pasadas elecciones; y así, en seguridad, educación, protección ambiental, eficacia y honradez de los servidores públicos; más aún, la vida ofensivamente privilegiada que se da la casta en el congreso, en tanto pobreza y desempleo crecen y el sueldo de los trabajadores mexicanos apenas alcanza para mal comer, pagar servicios y propiciar, en los jóvenes que se salvan de la violencia, caminos fáciles de obtener dinero y conseguir lo que los mantiene en su confort inconsciente. Qué importa quién nos representa nacional e internacionalmente, diga y haga tampoco importa; qué tanto aumenta la canasta básica o si se vende el petróleo nacional al mejor postor; ¿preguntar, enterarse, cómo y por qué, para qué?

Uno se resiste a aceptar que “cada quien tiene lo que se merece”, porque no podemos responsabilizarnos de los demás; no obstante, me pregunto, cuándo llegaremos, a ver en nuestro amado país al menos un poco de lo que ocurre en estos momentos en Uruguay, ese pequeño país en donde sus habitantes están logrando deshacerse del lastre inmoral de políticos corruptos, ¡increíble!; pero posible.

Intuyo que quien viaja conmigo en este trajín estará de acuerdo conmigo: siempre existe un resquicio por donde ver y asomarse. Al escribir la primera línea de esta columna veía con dolor imágenes del sitio que les comparto, en torno a los crímenes provocados por la inconciencia[1], de un modo hay que llamarle. Luego, me divertí releyendo a Mario Benedetti (1920-2009) –aquí un fragmento- y degustando del discurso de José Mujica[2], uruguayo también de singular horneada. Renace la ilusión de que un día, no muy lejos, los mexicanos podamos alcanzar la estatura de elegir, para que dirija nuestro país, un hombre honrado e inteligente.

Cuando el presidente, cualquier presidente /se preocupa tanto /por los derechos humanos /parece evidente que en ese caso /derecho no significa facultad /o atributo (…) / ¿no sería hora de que iniciáramos /una amplia campaña internacional /por los izquierdos humanos? (Ahora todo está claro).

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