domingo, 5 de mayo de 2013

Lengua del sur, por Israel González


Lengua del sur

Israel González

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De la ciudad de México, a doce horas en autobús, se encuentra Tuxtla Gutiérrez. En avión, a tan sólo cuarenta y cinco minutos.

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Chiapas es México y es Centroamérica. Hubo un tiempo en que perteneció a Guatemala. No sabía si quedarse con melón o con sandía. Pero se quedó con sandía. Y desde entonces, sigue siendo ceiba pero también nopal; jaguar pero también serpiente.

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En el parque Cinco de Mayo, frente al Centro Cultural “Jaime Sabines”, los muchachos indígenas venden dulces y cigarros o lustran zapatos.

En el mediodía cada vez más quemante, los escasos transeúntes desaparecen en las combis rumbo a las colonias de los suburbios (donde el sol quema más, donde la vida no tiene muchas veces árbol bajo el qué guarecerse). O abordan el transporte que recorre la Avenida Central , hacia el poniente, hasta Terán o un poco más allá, en el desvío a Juan Crispín, rumbo a la ahora casi desmantelada, por el neoliberalismo cada vez más infame, Escuela Normal Rural “Mactumactzá”.

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Mientras camino por las calles de San Cristóbal con dirección al centro, recuerdo que ayer los indios no podían caminar en las aceras, reservadas a la clase pudiente, a la raza blanca. Les estaba vedado levantar la mirada, alzar la voz, vivir.

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De los altos de Chiapas, de la tierra fría bajan los indios a Chiapa y a Tuxtla en busca de sustento. Venden sus manos que fabrican artesanías. Y dulces. Y cigarros. A bajo precio porque no tienen el mal hábito de robar.

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En la plaza central de Tuxtla descienden las palomas a alborotar el tiempo, a comer nada. Sus alas polvorientas nos recuerdan que jamás podremos volar. Y que tenemos que vivir -dolorosa, fatalmente- atados a la tierra.


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