miércoles, 1 de mayo de 2013

Zozohua, por Graciela Salazar Reyna


Zozohua
Por Graciela Salazar Reyna

Yo soy el ingrato, hermanos,
que a débiles y forzudos
los hice bailar desnudos,
la polka, chotis y enanos.
Por esos gustos profanos
y pasión tan arraigada
está la sentencia dada
que muera yo ajusticiado,
por eso muy resignado
voy a concluir mi jornada.

Veinticinco años y meses
pude en la vida contar,
y si ésta va a terminar
lo he merecido mil veces.
No culpo en ello a mis jueces
la culpa la tuve yo;
si el Consejo sentenció
que muriera fusilado
debo ser ejecutado,
ya el día se me llegó.
Leen ustedes aquí dos estrofas de una variante del “Corrido de Agapito Treviño, Caballo Blanco (1829-1854); famoso bandolero que inició su carrera de asaltante a los 17 años de edad, poco le duró el gusto, ya que como dice una de las décimas, donde se muestra resignado y arrepentido, fue fusilado a los 25. Ofrezco tratar más adelante el tema del Corrido. Ahora, cavilando en tiempos niños, quise compartir con ustedes estos versos de quien escuchábamos de los abuelos, familiarmente; nos emocionaba pensar que un día lo encontraríamos, yendo por su tesoro escondido en una de las oquedades del cerro de La Silla, pues como bien se ha dicho de Agapito Treviño, “consagró el emblema y se integró al paisaje”[1] de la ciudad. No se parece a los bandidos de hoy.


[1] Garza Quiroz, Fernando. Caballo Blanco. Mito y leyenda de Agapito Treviño. Cuadernos del topo, ensayo, México, 1996

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