lunes, 13 de mayo de 2013

Zozohua, por Graciela Salazar Reyna

Zozohua
Por Graciela Salazar Reyna

Alguien comentó, mientras festejábamos en familia el día de las madres, que existen diferentes niveles de maternidad; ignoro si haya quien se atreva a medir y cuantificar grados o niveles, pero nos quedaba claro a los allí presentes que parir no tiene nada que ver con el amor maternal ni con eso que entendemos como instinto de madre. Basta con  mirar un poco en torno nuestro, para darnos cuenta de que así como las hay que se abren las venas a cambio de la vida de sus hijos, en cualquier momento y terreno, otras no descubren, en toda su existencia, el sentido de esa relación filial impuesta por un mero accidente carnal, en el que nunca se tuvo en agenda hacerse cargo de un hijo.

Ya sé que hacerse cargo y amar no tienen que ser lo mismo, pero cuando amamos nos hacemos cargo, a veces, sucede a la inversa. Pero tal vez el error de los que observan desde fuera radica en esperar, dado el papel que socialmente se impone a la mujer madre, o a la mujer por el hecho de ser mujer que responda amorosamente al estímulo de haber parido. En todo caso debía responsabilizarse al padre de lo mismo, aunque no hubiera parido carnalmente, como Zeus a Minerva; debía esperarse a cuenta de razón o de civilización, una vinculación de espíritu o al menos intelectual.

Esto vino a colación del origen tan distinto de la celebración del 10 de Mayo, allá en 1870, cuando una osada mujer, Julia Ward Howe, proclamó el Día de las Madres con intenciones pacifistas, intentando hacer conciencia del desarme y se pronunciara contra la guerra en Estados Unidos de Norteamérica. Luego el presidente Woodrow Wilson lo establecería, en 1914, como festividad el segundo domingo de mayo. En México tuvo lugar, a partir de 1922; larga y penosa historia, relacionada con motivos muy distantes del amor maternal y más bien cercanos a la política y el comercio.

Pero el engarce en esta ocasión lo hacemos a propósito del siguiente aniversario de nacimiento de Alfonso Reyes (1889-1959) el próximo 17 de mayo, del cual se recuerda –a través de su pluma- no sólo la fuerte presencia de la madre, sino la de su nodriza a la que dedica sus líneas en diversos momentos. Comparto un fragmento[1] que en lo personal me enternece, porque da cuenta, no sólo del significado de amamantar sin haber parido al que se amamanta, sino del vínculo amoroso y perdurable que, en este caso el adulto, Reyes, conserva desde la niñez de Alfonso.

“Una inmensa campesina de bronce, tan bella como para asustar los deseos, tan serena que las lágrimas parecían postizas en su cara. (…) la otra Ceres india, la del maíz, fresca como pozo de agua en la sombra. Llevaba en brazos un precioso muchachón rollizo, y se quejaba a la gobernadora; (…). Así llegó mi nodriza Paula Jaramillo”.



[1] Alfonso Reyes para jóvenes. Infancia y adolescencia. (Selección de textos, comentarios y notas de Felipe Garrido) FCE-SE Nuevo León-Gobierno de Nuevo León, México, 2007,

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