lunes, 10 de junio de 2013

Zozohua, por Graciela Salazar Reyna

Zozohua
Por Graciela Salazar Reyna

Mientras éramos testigos y víctimas –sin luz eléctrica por más de dieciséis horas- de una apabullante tormenta con viento, lluvia y granizo, en una “ciudad moderna” pensé lo poquita cosa que somos los humanos expuestos a la fuerza de la Naturaleza; tan pródiga como implacable. En éstas, con tiempo para ocupar el ocio a oscuras y en lo que nos gusta recordé a Augusto, Tito, Monterroso (1921-2003), quien dejó de estar en físico hace diez años, para seguir acompañándonos desde otros espacios que guarda la memoria. Además, justo por estos días, en 2000, recibió el Premio Príncipe de Asturias en las Letras, concedido a aquéllos “cuya labor de creación literaria representa una contribución relevante a la literatura universal”.

Así pues, cualquier motivo es buen pretexto para releer a Monterroso; me encanta uno de sus textos que ilustra, de manera soberbia, candor e inseguridad adolescentes en los seres humanos de todos los tiempos “La rana que quería ser una rana auténtica”. Qué manía esa de no crecer, ¿verdad?; a expensas siempre del dicho de los demás, sobre lo que soy o dejo de ponerme. ¿Tara sociocultural? No sé qué podrán decirnos sociólogos y psicólogos; pero hace tiempo, al encontrarme con una nota generada por una aportación científica de investigadores de la Universidad de Guadalajara, sobre un antibiótico extraído de la piel de las ranas para combatir la ceguera repensé en cuántas ranas reharían su vida sabiéndose tan, particularmente, útiles.

Nuestro Tito Monterroso no erraba jugando a establecer paralelismos entre humanos y “no pensantes”, cómo nos les parecemos. Dejo para engarzar y compartir con ustedes un fragmento de esta deliciosa historia.

“Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.

Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.”.



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