jueves, 1 de agosto de 2013

Nosotros los ciegos, por Israel González

Nosotros los ciegos

Israel González

1
Estudió, me parece,  dos semestres en la preparatoria. Fue estudiante, conmigo, de Lengua y literatura 1 y 2.
Por razones que nunca supe, un día dejó la escuela.
En las fechas de entrega de evaluaciones su madre se hacía presente.
Una mañana la vi llegando al plantel. Con su bastón de ciega parecía partir en dos la luz y abrirse camino en la larga acera empedrada. Pasó Sanborns, la Casa de Cultura; dio vuelta a su izquierda y se internó en el estacionamiento donde, frente al DIF, se ubica en local provisional desde agosto del 2007, la preparatoria José Revueltas.
2
Una tarde de agosto del 2012, en uno de los vagones del Metro, rumbo a Bellas Artes, la volví a ver.
Ahora se abría paso entre la muchedumbre.
Ahora no se dirigía hacia ninguna escuela. Ni a ninguna clase de bachillerato. Ni a los brazos de ningún muchacho que la amase. Ni a la seguridad de la casa familiar. Ni a una fiesta entre amigos.
Extraviada entre el mar de gente, abriéndose paso dolorosamente, ofrecía discos, a diez pesos, diez pesos, diez pesos.
3
Los ciegos suelen andar en pareja en los vagones del Metro. Uno canta y el otro, en un pequeño bote, recoge el dinero de algún pasajero, digamos piadoso o, mejor, de un pasajero con la vida resuelta y, por ende, con dinero.
Por cierto, ¿por qué los ciegos tendrán tan buena voz? ¿por qué serán tan bien afinados?
4

Hace unos días volví a ver a la joven ciega. En la misma línea del Metro: la azul. En esta ocasión no vendía discos. Cantaba. Cantaba con una dulce y dolorosa voz que no le conocí en los dos semestres de preparatoria. 

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