sábado, 14 de septiembre de 2013

La soledad, por Israel González

La soledad

Israel González

La soledad, tan necesaria para leer y para escribir y para otros menesteres, se vuelve insoportable cuando a nuestro alrededor lo único vivo son los muebles y nosotros.

Cierto, están la televisión, el teléfono -sobre todo el celular-, el DVD y la computadora que aparte de hacernos compañía nos hablan o nos comunican. Y los amigos y compañeros de trabajo que a veces comparten sus respectivas soledades.

Pero para el solo o la sola no bastan.  ¿Necesitamos que alguien nos diga -al oído, claro- que nos quiere, que nos necesita, que le somos indispensables'

Ciertas horas, ciertos días, ciertas épocas del año la soledad cala más que otras veces.

Los fines de año son especialmente desoladores (al menos eso sentimos, eso creemos) si no se comparten con la familia.

Lo mismo ocurre cuando se vienen en cascada problemas de la más diversa índole. O en los días festivos. O en nuestros cumpleaños que no acostumbramos celebrar. La soledad está allí, más cabrona, más burlona que nunca.

En la película No quiero dormir sola (Natalia Beristáin, México, 2012), nuestra querida amiga soledad es la mera mera, la omnipresente, la que guía las vidas de Dolores  y Amanda, abuela y nieta respectivamente.

Lola, actriz retirada, se refugia en el alcohol; Amanda, en los amantes que, a veces, no pueden quedarse a hacerle compañía.

Lola sufre su vejez y su soledad ante los ojos de la joven Amanda que, al principio, rechaza hacerse cargo de ella.

Dos soledades, pues, en una gran ciudad donde pareciera imposible esta condición. Y un final absolutamente inesperado.


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