domingo, 9 de marzo de 2014

El Cuentista, de Saúl Kastro

El Cuentista, de Saúl Kastro
Ya ebrios y todavía compramos más cerveza. Abordamos en la estación Popotla. Brindamos por la felicidad. En la estación Normal abordó un Cuentista, el mismo que cuenta el cuento de todos los días; que si mal no recuerdo, dice así. <<Hace muchos años, por primera vez en la historia de México, se llevaron a cabo elecciones limpias para presidente. El candidato ganador promovió la iniciativa en la ONU para constituir un comité con el firme propósito de gestionar la política internacional que promoviera el TRI (Tope de Riqueza Individual).
La humanidad había llegado a un punto en el que comprendía que muchos de sus males sociales se debían, en gran parte, a la Gran Codicia: la acumulación voraz de riqueza sin escrúpulos, por parte de algunas personas; seres capaces de todo con tal de vivir de acuerdo a sus delirios de grandeza. Que disfrutan ser y sentirse envidiados, ver que el resto hará lo que sea con tal de imitarlos, porque así mantienen el círculo vicioso que los perpetúa en el poder y condiciona a la mínima sub existencia al resto de la población; el mismo círculo que establece de forma sistémica su propio confort y placer, imponiendo de forma sutil el yugo de la ignorancia, la enfermedad y el hambre; en suma, contra la vida misma de otros seres humanos; situación que mantiene a más del 95% de los habitantes de la Tierra sin acceso a servicios básicos de auténtica calidad en educación y salud. Situación que hace más factible la presencia de un sinnúmero de padecimientos físicos, mentales, económicos y sociales a la mayoría, para mantenerlos en un pozo sin fondo.
Fue una batalla en extremo peligrosa y dura como el diamante. Asesinaron a tres miembros del comité, pero eso solo aceleró aún más el trabajo. Por fin, el 20 de octubre del año 2079, se celebró en la ONU la Convención de Irlanda, en donde 188 países firmaron el acuerdo de establecer un límite al cúmulo de riqueza personal. Costó decenas de guerrillas financiadas por quienes se vieron afectados, miles de personas ofrendaron sus vidas por la causa; porque matar o morir antes que perder privilegios, parecía ser la consigna de algunos obsesionados por el poder. Pocos fueron los que se despojaron de la mitad de su riqueza, por convicción o conveniencia de imagen, y la donaron para un fondo que promoviera vivienda, salud y capacitación laboral. Solo se respetó la fortuna de quienes demostraran que su riqueza fue producto de innovación tecnológica o negocios transparentes sin ningún vínculo con el uso denigrante de otros humanos. Diez años duró aquella guerra de guerrillas mundial, pero al final la Red de Ejércitos Unidos por la Paz tomó el control. Una nueva era de la humanidad comenzó. La diferencia de clases sociales dejó de ser monstruosamente abismal. Mejoraron para todos, los servicios básicos de vivienda, transporte, energía, salud, educación y los precios de la canasta básica, de este modo se redujeron casi en su totalidad los índices de marginación social. La idea no era desaparecer poderes, todos saben que por seguridad eso ni se puede ni se debe, solo se luchó para poner límites a la conducta humana que a costa de esclavizar a otros humanos y mantenerlos en la pobreza con engaños y amenazas, buscan su propio beneficio y algunos hasta se vuelven las personas más ricas del mundo. A partir de la Convención de Irlanda, de 5 súper millonarios a nivel mundial, el número de millonarios se incrementó a 200 millones, en solo 4 años, la riqueza se distribuía. Y el presidente de México fue nombrado Padre de la Nueva de la Humanidad>>
Terminó el cuentista su relato y quedó inerte, el musgo lo cubrió, piedra se volvió, cientos de fisuras surcaron su cuerpo, el ventilador lo sopló y como polvo se fue. Pepe no soportó más y azotó contra el piso la lata de cerveza que tenía en la mano. “¡Son chingaderas, me cae, yo ya lo sospechaba… ahora entiendo porqué tomo… por su culpa soy borracho… pero me las pagarán!” “Tranquilo, carnal”, le pedí, se supone que brindamos por la felicidad. “Déjame güey, no seas parte del complot, si eres mi brodi, apóyame.” Me aventó la mano y salió corriendo en la estación Zócalo. Salí disparado tras él, ya lo conocía de mala copa, esto no iba a terminar bien. “Si ya me lo decía mi mamá, no salgas con ese güey.” Se atravesó la avenida, por poco lo atropellan, le mentó la madre al chofer, aproveché el caos vial para cruzar rápido. Pepe aprovechó un increíble, pero cierto descuido de la Policía Militar, para intentar meterse a Palacio Nacional. “¡Vengo a ver al presidente, ya tengo la solución!” Los militares enmendaron rápido su error y le cerraron el paso. “¡Ustedes qué pedo güeyes, viva Pancho Villa, cabrones!”, les gritó. En un acto desesperado por evitar que se lo madrearan, tomé impulso para brincar la valla metálica, pero la pata derecha se me atoró con un tornillo… obvio, azoté, me fui de hocico contra un tubo. Me llevé la mano a la boca, no precisamente para aguantar la risa. De cabeza, vi a Pepe sometido al piso, con las manos a la espalda y una bota en su cabeza; gritaba “¡Cámara, la banda, ya estuvo, ya estuvo!” Mi mano amasaba sangre y varias botas militares ya me rodeaban.


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