lunes, 3 de marzo de 2014

El evento, por Saúl Kastro

El evento, por Saúl Kastro
3/3/2014


La boda colectiva simbólica nudista, se llevará a cabo en el interior de un vagón, en la estación Mixcoac; Spencer Tunik tomará la foto conmemorativa. La idea de despojarme del disfraz social sin temor, en un acto artístico y la unión simbólica; además de que se pagaría por el matrimonio ficticio y lo recaudado se donaría para comprar sillas de ruedas, válvulas para niños con hidrocefalia y prótesis, en apoyo a niños del Instituto Pro Infancia; me sugería una experiencia excelente, cubría mis expectativas: arte, causa social y erotismo (era un buen pretexto para invitar a su hermana de Pepe) e incluso las características físicas solicitadas las reuníamos la Chavis y yo. Se realizarían varias bodas por bloques, por lo tanto se debería estar a la hora en punto indicada en el boleto.
Empeñé mi televisión, la bicicleta y el roto martillo de mi papá, así logré juntar para los boletos y para pasarla bien con la Chavis después del evento, nuestra luna de miel, por así decirlo. Ella aceptó casarse, pero su mamá la condicionó “estás muy chiquita para esos desfiguros, que te acompañe tu hermano”.
Pero mi amigo no da paso sin huarache. “La neta, si me das pa un cartón de 12 cheves y pa dos horas en el bicho, yo me desafano y los dejo solos.” No tuve más remedio. Entonces el plan cambió, para aprovechar el tiempo libre de cuñados. Faltaban tres horas para el evento, suficiente para adelantar la luna de miel. Convencí de forma romántica a la Chavis “tons qué macita, ¿le ponemos chantilly a la fruta?” “Pues si la boda será simbólica, que la luna de miel también lo sea.” Salimos en la estación Lomas Estrella y caminamos al hotel 203, no me alcanzó para otro mejor, el cuñado me descompletó. Yo no dejaba de pensar en el chantilly. Entonces se me ocurrió matar dos pájaros de un tiro, comer fruta y comerme a la Chavis, al mismo tiempo. En el trayecto compré fruta picada y otros ingredientes que se nos antojaron.
Llegamos al hotel. Hice coraje, era injusto, ¡pagar 12 horas, cuando solo íbamos a estar 2, no se vale! Eso era un robo, pero ni modo, el hambre es el hambre. Nos dieron la llave y subimos corriendo. Nos besamos en el pasillo. Entramos a la habitación. Nos quitamos frenéticamente la ropa, le pedí se acostara boca arriba y la besé despacio de pies a cabeza. Ella suspiró profunda, me dijo “cómeme”. Entonces comencé la fantasía.
Abrí las bolsas de compras y saqué la fruta de una en una. Primero puse sandía como base sobre su estómago y entre sus lindos pechos, luego rodajas de piña alrededor, seguí con papaya y melón como capa intermedia y encima coloqué rodajas delgadas de pera y manzana, acompañadas de trocitos de plátano y fresa; luego le puse chantilly, le agregué miel, nuez, pasas, coco rayado, arándano, amaranto, chispas de chocolate, canela, gotas de vainilla y lechera. Y como toque final las cerezas. Tomé una, se la di en la boca con mis labios, la partí con mis dientes y comimos nuestra mitad de cereza, sin dejar de sonreír y mirarnos a los ojos. Me abrazó y me dijo al oído “apúrate, me estoy enfriando”. Sí, entonces acaricié su suave sexo mientras yo comía. Cerré los ojos y pensé que ahora ya sabía cómo degustaban sus manjares los dioses en tiempos del Olimpo.
Iba por la segunda bocanada, sus exhalaciones eran mi música, aquello era un manjar “oh, sí, oh… ohgggg”. De pronto la Chavis se arqueó de golpe y me estrelló la ensalada al rostro. La oí caer al piso alfombrado, gemía de forma grotesca, como gato apunto de regurgitar una bola de pelos. Me limpié el chantilly con la sábana, el ojo derecho me ardía, creo que una raya de coco se me había metido. Vi tirada a mi amiga, con manos y rodillas al suelo, carraspeaba la garganta; hasta que escupió. Miramos a detalle su escupitajo: era una cucaracha. No pudo evitar la repulsión e hizo varios reflejos de vómito, sin sacar más que baba. Que cuadro tan grotesco. Mi ojo derecho me ardía, pero con el izquierdo pude ver con clara tristeza el coctel desparramado sobre la alfombra.
La Chavis pataleó, lloró y se enojó. Se metió al baño disque a ducharse, pero volvió a gritar, encontró una chinche en una toalla. Se encabronó aún más. Se vistió tan rápido como pudo, mientras yo veía el techo con prudente silencio, me preguntaba cómo llegó aquel bicho con fina precisión hasta su garganta, me parecía increíble. Me mandó al carajo con lo de la boda por haberla llevado a ese asqueroso lugar. Ya en la calle le recordé que era un evento altruista, que no fuera gacha; pero me arrinconó contra un poste de luz y me dijo amenazante que dejara de chingarle, que no iría a encuerarse para el gringo aquel, con el cuerpo pegajoso de toda la porquería que le puse. La dejé que se marchara y yo me fui para Mixcoac, a ver si había con quién casarme o revendía los boletos.

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