sábado, 13 de septiembre de 2014

Objetos extraviados, por Saúl Kastro

Objetos extraviados
por Saúl Kastro

¿Mi virginidad? Esa me la entregaron en la estación Candelaria, en la Oficina de objetos extraviados, alguien la encontró en la estación Pantitlán e hizo el favor de devolverla, aún en buenas condiciones, tal vez para usarse dos o tres veces más, no por otra razón mas que simple nostalgia, la adorné con algunas cartas añejas y la colgué al lado de mi “atrapa sueños”, en la cabecera de mi cama.
Pero la siguiente vez perdí algo que de verdad me importó era Una parte de mi vida; no era en sí mismo un objeto, pero sí era tangente. Así que por tal razón me dirigí de nuevo hacia la estación del patito a preguntar por esa parte de mi vida que extravié en la estación Tacuba. Por fortuna alguien la vio, no le interesó y la devolvió. Pero en dicha oficina me solicitaron comprobantes, pues ahí había abundantes partes de vidas extraviadas, pocos las reclaman, así lo dijeron.
Difícil tarea demostrar que algo te pertenece cuando no es propiamente un objeto con facturas o algún otro documento de compra – venta. Es más, ni siquiera había nacido con esa parte de mi vida, se fue construyendo poco a poco con risas, lágrimas, caricias y besos. Entonces se me ocurrió llevar muestras de mis glándulas lacrimales, supuse que esa parte de mi vida debía contener algún rastro mío para ser comparado. La intención era también llevar a la Shina para que le tomaran muestras de sus besos y caricias con fines comparativos, pues cuando fue mi novia dejó abundantes rastros, pero su esposo se negó, ni modo.
Sin embargo las muestras no servirían porque la Oficina no cuenta con laboratorio para hacer análisis. Pero me dijo el encargado que si contesto algunas preguntas que me formulará el valuador sería más fácil recuperar lo que busco.
–Por supuesto, las que quiera.
–Pero será a su regreso, se fue de vacaciones y no dejó a nadie en su lugar, pero no se preocupe regresa dentro de 20 días.
“Pa su madre”, pensé. Tuve que esperar entonces 28800 tediosos minutos, me entretuve un poco zurciendo los bolsillos de otra parte de mi vida.
Llegado el día y la hora me encontré delante del valuador. Me pidió le dijera la cantidad y descripción física de las cicatrices de la parte de mi vida.
–Por su puesto –dije–. Tiene tres, una en la parte del olvido, otra en la tibia y la tercera está en el temporal. Esta última tiene forma de corazón, se me formó hace tiempo. Verá usted, solía pasear en el parque de los venados los viernes por las tardes, fue en una de esas cuando la encontré, ella…
–Aquí tiene –interrumpió sonriendo, acto seguido me extendió un documento de registro y un bolígrafo de tinta negra–. Va usted a poner aquí en esta parte –señaló con su dedo índice–: recibí de conformidad, su nombre, firma y fecha.
–Ah… ok.
Realicé la instrucción y devolví el documento.
– Gracias, es todo, que le vaya bien, hasta luego –me dijo de forma amable.
Eché la parte de mi vida en mi maleta, agradecí, me despedí y salí. Ya en el convoy, dirección a Observatorio, descubrí que me traje el bolígrafo de la Oficina de objetos extraviados, sin darme cuenta lo guardé en mi bolsillo.

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