lunes, 17 de junio de 2013

Zozohua, por Graciela Salazar Reyna

Zozohua
Por Graciela Salazar Reyna

¿Hasta dónde influyó el feminismo en la transformación de la imagen del padre de este siglo que inicia el tercer milenio? Tal vez no lo sabremos bien todavía, pero de que lo hizo ni duda. Los movimientos democratizadores, la lucha por la equidad, la defensa de las mujeres por el derecho a salir de casa en busca de empleo, aunque fuera por quehacer doméstico, pero asalariado; elegir como vestirse, con todo y cuota de violencia. Socialmente, la mirada en torno al padre cambió y la mujer, en particular, ha tenido que ver.

Pudo quitarse, como luego se dice, el corsé que lo mantenía derechito, frío lo más posible y “nada de lágrimas” porque podía tildársele de “marica”. Ahora hasta escuelas para padres existen, con padres y madres. Ya no es tan mal visto ni raro que el varón desempleado se quede en casa cuidando a los hijos, en tanto la mamá sale a trabajar. En fin, no importa a nadie o casi a nadie que se hayan “ablandado” y que vean telenovelas y lloren; lo cual, desde luego, no garantiza que sean mejores padres. Pero sigue habiendo una exigencia moral y social hacia ellos; se hizo oficial, además, festejar al papá el segundo fin de semana, en domingo, de junio.

Para los amigos del trajín a propósito de la celebración –padres o no aún-, cuyo lado más ingrato sigue pareciéndonos el tinte comercial; dejamos aquí un fragmento[1] de gran ternura, recogido de los recuerdos de Alfonso Reyes (1889-1959) sobre su padre, Bernardo Reyes; militar de carrera, prácticamente dado al suicidio frente a Palacio Nacional, el 9 de febrero de 1913. Valiosa la mirada del escritor regiomontano que evidencia la atmósfera de una época y, de paso, nos deja olisquear la fuerte presencia de las mujeres en su vida; de la madre, quien seguramente le tocaba sufrir por los hombres de casa.

“Yo nunca vi llorar a mi padre. Privaba en su tiempo el dogma de que los varones no lloran. Su llanto me hubiera aniquilado. Acaso escondiera algunas lágrimas. ¡Sufrió tanto! Mi hermana María me dice que ella, siendo muy niña, sí lo vio llorar alguna vez, a la lectura de ciertos pasajes históricos sobre la guerra con los Estados Unidos y la llegada de las tropas del Norte hasta nuestro Palacio Nacional (el 16 de septiembre de 1847).

Como él sólo dejaba ver aquella alegría torrencial, aquella vitalidad gozosa de héroe que juega con las tormentas; como nunca lo sorprendí postrado; como era del buen pedernal que no suelta astillas sino destellos, me figuro que debo a él cuanto hay en mí de Juan-que-ríe. A mi madre, en cambio, creo que le debo el Juan-que-llora. Y cierta delectación morosa en la tristeza”.




[1] Alfonso Reyes para jóvenes. Infancia y adolescencia. (Selección de textos, comentarios y notas de Felipe Garrido), Gobierno del Estado de Nuevo León-Secretaría de Educación Nuevo León-FCE, México, 2007.

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